[Reseña] Métete este libro por la raja de Carlos Copanegro – Víctor Hugo Pino




Morder la mano

“El fragmento es el material imprescindible de la creación barroca” W.B



Son 61 textos.
Una primera parte evidentemente narrativa y una segunda compuesta de textos poéticos cuya extensión en ningún caso supera las 2 páginas. Todos parecen pasajes de la bitácora de un punky, en el supuesto que el punketa practicante lleve este tipo de registros tan propio de un género que prosperó en la burguesía. También parecen la memoria alienada de un funcionario bancario que goza de un saludable alcoholismo crónico. ¿Puede alguien ser un punketa grafómano y a la vez un oscuro funcionario permanentemente alcoholizado? Mmmm. Parecen monólogos también, monólogos entrecortados por las monas y los días.

Recuerdo de quien comenta para aclara el sentido de la palabra mona:
(A los 18 iba en los veranos a Coñaripe y los días eran calificados por la sensación post borrachera: la mona espiritual, la mona sensible, la mona violenta, la mona caliente, la mona escritora. Eran de 2 a 3 semanas en las que se bebía todo el día, todos los días. El padre de Simón era un borracho profesional que tenía su casa muy bien abastecida y en un sitio estratégico. Lamonapunkyantifuncionariamemoristica.)

Retazos.
Piezas de ningún rompecabeza.
Visto desde una cuarta dimensión podría ser un código alien, el calendario de una sociedad que optó por el suicidio grupal, la portada de un disco de Álvaro Peña, o tal vez un concierto de Álvaro Peña o quizás menos que eso: un cepillo de dientes en el baño de Álvaro Peña suponiendo que Álvaro tiene un baño a la mano y se lava los dientes en algún momento del día.

Están ahí ¿pero de qué van?
Alguien habla en primera persona.
Recuerda.
Alguien es entrevistado.
Responde.

En algún momento del siglo XX, Benjamin comienza a escribir el Libro de los pasajes. Un proyecto que muta constantemente y nunca se publica en vida del autor. Sería una desproporción decir que estos textos comparten la vocación que dio origen al texto de Benjamin. Sin embargo, hay en el síntoma breve, en la sucinta constatación de un rasgo anómalo, en la densidad sarnosa de sus tramas, en la heterogénea naturaleza de los registros que lo componen, un gesto que emparenta ambos libros.
Y también hay algo de la prosa del Álvaro Bisama de los 90’. Una prosa atiborrada de citas a iconografías pop con un ritmo que huele a insomnio y anfetaminas. Un ritmo propio de los puertos de la tierra.

Y quizás, entre esas líneas, se encuentra un poco el centro magnético de este libro: el espíritu desenfadado de Álvaro Peña, la forma de la observación breve, la enumeración dispar, el cambio del punto de vista que propone el Libro de los pasajes y el fárrago de pop barroco y la insistencia de que en esas galerías infinitas aparece algo más o menos parecido a la vida cotidiana, y que es necesario registrar, una constante que orbitaba en las crónicas noventeras de Álvaro Bisama. Hay en ese registro también una crítica del oficio de escribir y de las prácticas académicas, que usufructúan de esas observaciones para construir un itinerario de pequeñas miserias y pequeños poderes.

Es inquietante esta insistencia en destruir el suelo que se pisa. En exponer las herramientas del oficio y lapidarlas. Es la práctica del desapego. Es la práctica de quemar las naves para obligarse a ir más allá del límite confortable del saber dominable. Es una investigación donde las pruebas que configuran una teoría del delito van siendo destruidas permanentemente y generan el vértigo de que cada indicio aparezca como aislado, como absolutamente nuevo. Como un crimen en sí mismo.

Finalmente, esa suma de retazos es siempre una estrategia. Cortázar, o alguien, en algún momento decía que los 60’ se caracterizaban por una muletilla entre los escritores: “Nunca supe cómo contar una historia”. Esa frase vista desde lejos se ve como un estereotipo. Hoy es un paisaje ampliamente reconocible. Diría que a estas alturas ya es casi la norma. ¿Entonces cuál es el mérito de este texto en particular? Creo que radica en su falta de pretensión, aunque suene ingenuo decirlo. Ir de desenfadado por la vida es también un cumulo de pretensiones nadando en todas direcciones. Diría que mejor que falta de pretensión hay una impostura frente a la mano que te da de comer. Es un poco suicida en un pueblo pequeño reírse del patrón. Te puede pasar algo si te encuentran borracho y solo en una callecita desierta. Entonces puedes escribir esto porque eres un valiente o porque eres muy weon o porque crees infinitamente en los valores de la democracia. En cualquiera de los tres casos hay algo de apuesta. O al menos en dos. Si eres weon, básicamente no cachaste qué es lo que podría pasar y te encontraste de lleno con una brutal patada en el hocico emergiendo desde una esquina oscura del pueblo. Sientes el golpe, la boca se te llena de sangre y logras ver hundiéndose en el barro los dientes que volaron. Luego la frase: No te metai en weas Copanegro.
Habría que ver qué pasa finalmente.


Víctor Hugo Pino Díaz (Kalafken, Chile, 1979) Diseñador editorial (INACAP) y diplomado en Gestión cultural y conservación patrimonial (Universidad Católica de Temuco). Gestor cultural y organizador del Encuentro de narradores Frontera Boca Arriba (2009) y del Festival de Literatura Temuco a pie de página (2010 -2013). Becario del Fondo nacional del libro año 2011 con el proyecto escritural Remedios vencidos. Diseñador para Editorial Nagauros desde 2018. Actualmente participa del proyecto Ronnie Rocket Ind.