Nombre: Dune
Autor: Frank Herbert
Año de publicación: 1965
Editorial: Debolsillo/Penguin Libros
Arrakis… Dune… el planeta desierto, el planeta feroz, el planeta expoliado, el eje material del poder galáctico, el escenario de una historia y una saga que pone como protagonista a la humanidad en su lucha por la supervivencia y la supremacía.
Dune, escrita originalmente en los locos sesenta, reaparece re-adaptada en una superproducción hollywoodense (2021), con seis premios Óscar que la distinguen como una empresa técnica impecable en su ejecución, ante lo cual, vale la pena preguntarse – especialmente si no has leído el libro – si son equivalentes esfuerzo e inspiración.
La pregunta es en sí simplona, nada digna de ambos espectros de la idea que impulsó a Frank Herbert a elaborar y construir tamaño universo. Eso, creo yo, diría cualquier egresado de la escuela Mentat, cuya calificación dentro del universo es de ‘una computadora humana’. Sin embargo, como ya es de común acuerdo entre los críticos y conocedores de la saga, una primera proyección mentat sería: ‘cualquier ambición cinematográfica sobre Dune siempre será inútil’, aunque se agradecen los esfuerzos.
Dune comienza no en su primera página, sino diez mil años antes, cuando la humanidad organizada destruyó hasta la última de las máquinas pensantes que habían logrado esclavizar planetas completos. De ahí, surge el famoso tabú ‘no construirás una máquina semejante a la mente humana’. Yo podría – en perspectiva – añadir que el universo Dune no parte siquiera ahí, sino que antes, mucho antes, con la aparición misma sobre la tierra del homo y su instinto por la supervivencia, quizá el legado de los primeros sapiens a la posteridad. En ese sentido, el autor hace notar cómo es que la necesidad siempre ha impulsado a nuestra especie a ir más allá, con toda la creatividad y la brutalidad que ello impone.
Ya sea porque no lo has leído, o si lo leíste hace tiempo y no te acuerdas, Dune nos habla de un imperio intergaláctico controlado por distintos señores feudales planetarios, cuya comunicación e intercambio político y económico es posible gracias a la psicodroga ‘melange’ – o simplemente especia – indispensable para que los ‘choferes’ de la llamada Cofradía Espacial, el gremio que monopolizó el transporte de personas, bienes y servicios, pueda ‘expandir su mente’ a tal punto que no sólo realiza cálculos imposibles en fracciones de segundo, sino que también pueden, por algún Deus ex Machina incuestionable, abrir agujeros de gusano por donde pueden hacer circular naves espaciales gigantescas… reduciendo los millares de años luz de distancia entre planetas a un par de minutos.
En ese contexto, la explotación de dicha especia – que a todo esto, se nos dice que huele a canela – convierte al señor feudal de Arrakis en un protagonista político ineludible, y por lo mismo, blanco de intrigas, sospechas y traiciones, dependiendo si realmente sabe ‘repartir los beneficios’ entre la élite política espacial. En ese escenario, y como también ocurre en nuestra propia línea de tiempo, los llamados ‘pueblos’, la masa marginada, los parias, los miserables, innombrables, inconsiderados, o como quieras llamarle, pueden llegar a ser una palanca que puede determinar el futuro de la historia, especialmente si han sido expuestos a un tipo de condicionamiento (supervivencia límite por la escasez de agua) y control cultural (mitología y religión como manipulador psicológico), como lo fueron los fremen por la secta cuasi-masónica matriarcal, la Bene Gesserit. Pero no nos engañemos: el relato en sí, su premisa, gira en torno a los distintos representantes de los grupos de elite del universo. Aunque dicha conclusión también es engañosa. Más bien, es aquel carácter excluyente que, perteneciendo a la elite, la supera, convirtiéndose en eje y cúmulo de poder y dinámica.
Hasta ahí podemos decir que eso es la estructura básica del universo Dune y su trama. Pero lo genial, lo atractivo, gravitante, lo bello de esta obra no está precisamente en cómo funciona la estructura de poder, ni los esquemas detrás de los esquemas que desarrollan sus actores, ni aún siquiera en las constantes reflexiones, en sus máximas proverbiales o frases para el bronce. No. Está en la perspectiva sobre la humanidad que nos presenta.
Uno puede o no darse cuenta de que, pese al transcurrir de miles de años estándar, y de los años luz de distancia, el ser humano continúa siendo depositario de las mismas ambiciones, rencores, y necesidades. Pulsiones, emociones, instintos y otro tanto de conocimiento acumulado que derivan en estructuras éticas y estéticas con mayor o menor grado de rigidez, las cuales, inevitablemente, tarde o temprano colapsan . ¿Y lo hacen para la libertad humana? ¡Ja! Claro que no, el proceso de las estructuras es colapsar y recrearse, colapsar y recrearse, colapsar y recrearse…
Pero lejos de caer en el pesimismo de ese continuo inacabable, lo que destaca Frank Herbert a lo largo de la saga son los movimientos, ‘las olas’, las derivadas que el proceso genera. Ahí está la belleza, expresada en términos de posibilidad: cuánta originalidad emerge, cómo se logra la adaptación a los reacondicionamientos, hasta qué límite el ser humano es capaz de ir ante la necesidad, el conflicto, el miedo, el dolor o la opresión. Ejemplo de esto lo vemos hacia el final del primer libro, cuando el héroe Paul Muad’Dib Atreides llega al extremo de amenazar con un retorno al vacío a todo el sistema intergaláctico, en su camino trágico de ascenso mesiánico.
Si somos fieles al pensamiento del autor, Dune es una novela fantástica que utiliza el lenguaje de la tecnología y la ciencia ficción para comunicarnos la visión de mundo que tuvo en su momento. Dune representa, además, una intensa crítica política hacia las estructuras de poder que asume en sus manos los destinos de los pueblos, del comercio, de la guerra, y de los ecosistemas, sin la adecuada visión de largo plazo que incluya la necesidad de supervivencia de la especie. A tal punto llega su crítica que llega a sugerir como alternativas la posibilidad de alguna yihad, o la de un metamorfo hiperconciente – un monstruo – como supremo gobernador universal.
Finalmente, apuntar que allá afuera, en ese enorme universo en extensión no hay nada, nadie. No hay escalón superior. No hay otra inteligencia, no hay dios alguno allí. Solo hombres, mujeres, tribus, clanes, gremios. Negocios. Burocracia. Poder, ambición, orgullos, mezquindades, complots, planes en los planes de los planes. La búsqueda del control. Debilidades. Y por supuesto, error y el miedo al descontrol que el error puede causar.
Como dice la sabiduría fremen, “tienes que estar preparado para apreciar lo que encuentres”. ¿Quién lo sabe? Quizá, al tomar el libro puedes comenzar a desencadenar un plan misterioso y profundo, “mucho más vasto y complejo de lo que tu mente fuera nunca capaz de concebir”.
Dune está compuesta por seis libros escritos por Frank Herbert durante unos 20 años aunque, sin dudas, el primer libro se constituye como el universo en sí mismo, y puede ser leído como principio y fin.
Roque A. Cabrales. Nacido en Talcahuano emerge como escritor y poeta al llegar a partir de 2017, tras su llegada a Victoria. En los últimos cinco años, logra ser parte de diversas colaboraciones literarias. Las más recientes, la revista ‘Miraflores 960’ derivada de un proyecto cultural, como su gestión en solitario del poemario “Puerta Extraña” una recopilación de la serie de fanzines propios creados entre 2018 y 2021.