Esa noche fui a ver a Joan a un show de stand up comedy. Era la primera vez que se presentaba en solitario después de varios micrófonos abiertos en los que le había ido regularmente bien, más tirado a mal la verdad. Pero de alguna forma había encontrado un bar donde actuar. Recuerdo que me mandó un audio por WhatsApp diciéndome emocionado que por fin tenía un show y que fuera a verlo. Yo la verdad no quería ir, esos días me sentía triste y solo y lo único que me hacía sentir mejor era estar en mi casa, en mi pieza, en mi cama. Pero Joan era cargante y me insistió tanto que al final decidí ir. Más que mal, pensé, me hará bien salir un rato de la casa. Qué ingenuo. Pero bueno, llegó el día y fui.
Era viernes, llovía caleta y estaba atrasado. Había estado todo el día encerrado en mi pieza viendo anime y salía solamente para comer algo e ir al baño. También a ratos abría la ventana para fumar un cigarro con un café, que después de un tiempo tuve que dejar de tomar porque me hacía muy mal a la guata y de paso me daba acidez. Pero así iba mi tarde y cuando vi la hora y me di cuenta que ya eran las 8 y media y el show era a las 9, me dije a mi mismo ya era. Ya fue. Le mandaré un mensaje a Joan pidiéndole disculpas, inventándole algún cuento sobre algo que me pasó o que le pasó a alguien de mi familia y que no podré ir porque mi papá tuvo un accidente y tendremos que ir a verlo a urgencia y mi mamá está a punto de tener una crisis de pánico y mi hermano intenta calmarla mientras mi hermana llora como si hubiese perdido a otro hámster, perdón Joan, pero no podré ir, juro que te compensaré y que para la próxima iré sin falta. Y así estaba, pensando en el mensaje cuando veo en la pantalla de mi celular una llamada entrante de Joan. Me puse nervioso y las manos me sudaban y el celular se me cayó encima del teclado del notebook. Joan cortó y al tiro me mandó un mensaje por WhatsApp. Oye, ¿cuánto te falta? Ya va a empezar esta hueá, apúrate y si no vas a venir, avisa, por último. Cuando leí el mensaje sentí un calor subiendo por mi estómago y cubriendo toda mi cara. Sentí el peso del compromiso que había hecho con Joan y sabía que tenía que ir, que debía ir. No es que estuviera en deuda con él o algo parecido, pero en ese momento era la única persona con la que hablaba y salía y el único que me escuchaba cuando me sentía mal, por lo que después de leer el mensaje salté de la cama y empecé a arreglarme. Me vestí con unos jeans azules, unas Converse negras, una polera desteñida, un polerón y una casaca. En camino, le respondí a Joan. Bajé corriendo las escaleras, llegué al último escalón y me crucé con mi mamá. ¿Dónde vas?, me preguntó. A un show de stand up. ¿De qué? De stand up, mamá, un show de comedia, de humor. Ah, humor, así como Bombo Fica. No, no tan así, algo parecido. ¿Cómo no tan así? No importa mamá, voy atrasado ya. ¿Vas a llegar hoy? No sé mamá. ¿Cómo no sabes? Tienes que saberlo si vas saliendo. No sé mamá, ahí veo, ya chao. Si no llegas, avísame, pero no a las dos de la mañana. Ya mamá, nos vemos. Ya hijo, oye, ¿vas a salir con esta lluvia? No está lloviendo tanto. Ah no te voy a hacer yo, ¿te pago un Uber? No mamá, ya me tengo que ir, estoy demasiado atrasado. Qué eres porfiado, ya chao no más. Cerré la puerta y salí.
Afuera llovía poco, aunque en cualquier momento se largaba de nuevo. La cagué, dije en voz alta, por el Uber. Filo, no importa, vamos, me dije y empecé a caminar lo más rápido que pude. Sabía que de mi casa al bar me demoraría alrededor de quince minutos, si es que nada pasaba. Ya eran las 8 y cincuenta cuando vi la hora. Iba a llegar atrasado sí o sí, pero podía llegar menos atrasado. Caminé sin detenerme hasta llegar a un semáforo que estaba en rojo. Mi pierna derecha se movía todo el rato, casi como si tuviera vida propia y mis manos se pellizcaban y se frotaban entre ellas mismas. Solo en el momento en que me daba cuenta lo detenía y enseguida volvían a moverse, como autómatas. Lo único que quería era fumar un cigarro, sentir el humo bajar por mi garganta, sentir el humo pasear por mis pulmones y desaparecer en el viento al escapar de mi boca, pero ya no me quedaban cigarros y tampoco tenía plata como para comprar una cajetilla. Recordé que cerca de mi casa, cruzando un puente, había una botillería donde vendían cigarros sueltos. No eran ricos, pero no me importaba, solo quería fumar uno y sentir mi cuerpo como lana. Retrocedí una cuadra, corriendo, para llegar a la botillería. Cuando vi el cartel de neón verde encendido supe que estaba abierto. Corrí un poco más rápido, dándome lo mismo las pozas de agua que inundaban mis zapatillas y mis pies. Había dos personas antes de mí, comprando Bálticas. Compraron ocho o diez botellas entre ambos y el tintineo de las botellas se oía aun cuando ya se habían ido. Me alcanzó para dos PallMall rojo. Me fumé uno afuera de la botillería, en la vereda, escuchando el sonido del canal que estaba frente mío. Cerré los ojos por un momento y empecé a cabecear con el cigarro en la boca. Mi celular empezó a vibrar y supe que era un mensaje de Joan. ¿Estás bien? Si te pasó algo, dime. El show todavía no empieza porque están esperando que llegue más gente. Hay un standapero de Temuco que va a subirse antes que yo, para presentarme. Háblame cualquier cosa, nos vemos.
Me atrasé, pero voy cerca, le respondí a Joan. Bloqueé el celular, tiré lejos el cigarro a medio fumar y caminé, bajo una noche lluviosa que poco a poco me hacía sentir peor. ¿Por qué salí de casa?, me preguntaba enojado y frustrado a la vez, mientras otras preguntas me carcomían la cabeza. ¿Por qué le mentiste así? ¿Por qué te atrasaste tanto? ¿Por qué vas tan apurado? ¿Por qué te importa tanto? ¿Por qué? No tenía todas las respuestas para todas las interrogantes que aparecían como figuras geométricas en mi mente. No podía quedarme pegado y contestarme a cada una de ellas mientras caminaba a una velocidad que ardía y dolía en mis pies y en mis tendones y en mis piernas y el corazón que me latía tan fuerte y mi boca tan seca y mi mandíbula inquieta que no dejaba en paz a mis dientes que chocaban y chirriaban y tiritaban y mi respiración tan agitada y mis ojos tan abiertos y mojados por la lluvia que caía con más fuerza que antes, y ya no era una noche lluviosa, sino más bien una noche de aguacero.
Paré un rato a descansar y a refugiarme del temporal bajo un paradero que estaba cerca. Me senté y me sobé las piernas y aproveché de ver la hora, aunque en el fondo sabía que estaba atrasadísimo. Eran las 9 y media. Me tapé la cara empapada con ambas manos empapadas e inconscientemente apreté los dientes. Me mantuve así hasta que decidí ver si Joan me había dejado algún mensaje, pero no había nada. Empecé a escribirle para explicar por qué iba tan atrasado, por qué me había demorado tanto en llegar a su primer show en solitario, cuando veo a Joan en línea. Escribiendo… escribiendo… escribiendo… era todo lo que aparecía bajo el nombre de Joan, pero nunca llegaba el mensaje. Después paraba de escribir y en línea y se desconectaba y volvía a conectarse y escribiendo… escribiendo…escribiendo. Yo también escribía en el chat, pero decidía no enviar mis mensajes al ver que Joan tampoco lo hacía. Cuando finalmente llegó un mensaje de Joan, de un momento a otro, de la nada, una micro pasó bordeando un charco de agua que había al lado del paradero y me mojó. Solo alcancé a leer AHORA ME SUBIRÉ AL ESCENARIO, antes de que se apagara el celular. Intenté prenderlo una y otra y otra vez, pero ya no servía. Mi cuerpo estaba gélido, como un témpano. Sentía muchísimo frío, estupor y tristeza. Quise fumar el último PallMall que me quedaba, pero ni el cigarro ni el encendedor habían sobrevivido. No sé cuánto tiempo estuve en ese paradero, esperando que la lluvia amainara y pensando y reflexionando y viendo un montón de imágenes en mi cabeza como si fueran viejos archivos pasando a una velocidad increíble, como en esas computadoras antiguas de biblioteca que se ven en las películas. Me sentía ahogado, tenía la respiración entrecortada, me pesaba el pecho y mis labios se inundaban de sal y de las gotas de agua que destilaban de mi pelo. Tenía tanta culpa encima, entre otras emociones y sensaciones, que en el fondo pensaba que merecía todo lo que me estaba ocurriendo, pero al mismo tiempo no llegaba a nada. A ninguna conclusión ni solución ni respuesta. Solo me estaba torturando por algo que ya no tenía vuelta atrás, que ya se había roto. Cuando la lluvia se calmó, me puse a caminar.
Entré a la casa y noté que había luz en la pieza de mi mamá y que su puerta estaba semiabierta. Me moví haciendo el menos ruido posible, aunque no pude evitar dejar pisadas en el piso. Abrí levemente la puerta y vi que estaba durmiendo, tapada hasta la nariz, con la tele prendida y viendo a Bombo Fica. Me reí despacio y vi que abría los ojos, pero solo se acomodó para seguir durmiendo. Subí a mi pieza, me saqué la ropa mojada, me sequé un poco con una toalla, me puse una chomba y un buzo y me acosté. Recordé de pronto que tenía un cigarro guardado en el velador al lado de mi cama. Abrí el cajón y ahí estaba, en una cajetilla vieja. Lo prendí ahí mismo, acostado, con la llamita de un encendedor azul que encontré en el velador. Esa noche no vi a Joan. Sé que partí diciendo lo contrario, pero mentí. Lo hice pensando que podía cambiar algo. Pero ahora me doy cuenta que no puedo cambiar nada, ni siquiera escribiendo.
Alejandro Mui (1995). 27 años, vive en Temuco y actualmente se dedica a escribir y buscar trabajo. Tiene estudios inacabados en Periodismo y Creación Audiovisual y un Diplomado en Guion para Cine y Televisión.