[Poemas] Martín Mège



Es como un morar, pero no un lugar externo, sino un modo,
algo interior que irradia, sin duda, el exterior,
pero que viene de adentro hacia afuera.
Tiene algo de sagrado, una cuestión monástica:
dispersar los distractores, despejar lo práctico,
practicar un ascetismo de movimientos mentales,
tomar el ritmo al silencio, a la soledad, al día.
La belleza llega entonces como una brisa
y se posa apenas sobre las cosas.
Hay que disimular la emoción
hacer como que no estuviera
y moverse despacio para no espantarla.


Los edificios temblaban, se desplazaban
un poco cada uno, las calles
desviaban sus direcciones habituales.
No he podido volver a la plaza
a la que fuimos a dar, perdidos,
alguna tarde. Ya no estás
ni estaré yo, al menos no
como hasta hoy, pero una cosa
te diré: nunca te irás de mí.
La ciudad vibraba. Llovió, luego hizo calor.
Los muros resplandecían, cargados de algo.
La noche duró dos días. Tú tomando
un auto rojo. Chao, susurré,
parado en el umbral.


No sé dibujar la densidad del agua.
Quizás sí los arcos
que trazan los juncos con su reflejo.





Martín Mège Waldspurger nació en Temuco en 1993. Estudió Letras en la Pontificia Universidad Católica, en Santiago. Publicó el relato El cielo alejándose en un número anterior de esta revista y está trabajando en su primer libro. Hoy reside en Temuco, donde, además de dedicarse a la escritura, lleva un café y participa en el club local de ajedrez.