“Escribir era mi manera de golpear y de abrazar
¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos?”
Eduardo Galeano
El lenguaje está ante nosotros con todas sus diversas expresiones y tenemos la dicha de que nuestros cerebros convivan con la posibilidad de lenguajearnos y hacer la realidad (cada realidad) con él, necesitando no solo del acto motriz para representar un signo, sino de estructuras como el pensamiento y la memoria funcionando coordinadamente para configurar lo que para White (1995 citado en Payne, 2022), en muchos sentidos, sería el mundo: la palabra.
No hace falta demasiado para que la escritura se manifieste. Y no solo se trata de papel y lápiz, nos encontramos en una época donde un teclado, un computador o celular son parte extensiva de nuestros cuerpos, e incluso aunque no los tuviésemos cerca un audio podría salvarnos. En ese sentido, sin importar el soporte, cualquiera de ellos nos recibe sin juicio, la hoja en blanco no exige nada, solamente nos recibe, acoge la escritura sin censura. No importa cuánto se diga, a la hoja no le importa el tiempo.
La palabra, la palabra escrita, se configura entonces como una herramienta, como los puntos que pueden cerrar una herida, como una malla para atrapar monstruos en una experiencia hacia la salud y la proporción de bienestar que de otro modo no se consigue. James W. Pennebaker, tras años de investigación como pionero en este campo, ha demostrado que la escritura con un propósito expresivo se convierte en recurso para avanzar en procesos terapéuticos, de curación y bienestar, no solo de heridas físicas, como lo demostró Koschwanez et al. (2013) en su estudio Escritura Expresiva y Cicatrización de Heridas en Personas Mayores, sino que principalmente, de las heridas emocionales.
De ahí entonces que surge la noción de Escritura Expresiva como recurso para la exteriorización de ideas y pensamientos, especialmente aquellos nocivos y traumáticos, donde la posibilidad de reescritura, relectura y reconexión se hacen presentes sin más mediador que el propio escritor, en un encuentro con su cuerpo, intimidad e interioridad, a veces, poco atendida o escuchada; dolorida y atada de recuerdos que solo ese espacio en blanco recoge como un interlocutor con o sin destino, pues como añade Kohan (2013) “si dudas de la vida o en la vida, si no encuentras tu lugar, si dejas que te lo invadan o te colocas en un lugar equivocado, allí está la página para contenerte”.
Asimismo, la escritura toma rumbos que resultan terapéuticos y se ha podido descubrir que al escribir las conexiones entre los dos hemisferios cerebrales se realizan con mayor eficacia, ya que actúan tanto lo racional como lo creativo de manera unida, haciendo al cerebro más predispuesto a la resolución de problemas y a afrontar el estrés (Adorna y Covarsí, 2015). De esta manera, se reconoce entonces que la escritura colabora potencialmente en la posibilidad de ampliar la mirada, observar los problemas desde fuera, posicionarse desde el punto de vista del otro, de modo que como explican White y Epston (2007) la utilización del recurso escrito se convierte en una fuente para explorar y comprender asuntos que todavía puedan estar alojados en un espacio subconsciente, permitiendo que su aplicación favorezca la externalización de una problemática.
De esta manera, emerge y se presenta la Escritura Terapéutica como una herramienta particularmente beneficiosa que permite explorar, expresar y manifestar, por medio de la escritura, emociones, recuerdos, pensamientos, sensaciones, etc., que, al escribirlas, no solo se logran asimilar, sino que también despojarse de marcas negativas, adoptando una perspectiva diferente de ello y fortaleciendo una actitud más resiliente. Así, por ejemplo, el escritor Ángel González, citado en Adorna (2014) expresa que:
Si no estuviesen dictados por la intención de hacer literatura, podría decirse que esos textos tan directamente basados en situaciones reales, en datos verdaderos, son el resultado de insólitas sesiones terapéuticas, en las que soy el paciente y el médico en una sola pieza. Y ciertamente, en ocasiones ha resultado ser un eficaz alivio a mis males (p.16).
En este sentido, la escritura como terapia es accesible, sencilla y se considera un complemento a diversos procesos terapéuticos o tratamientos médicos. Más allá de todo ello, la escritura nos hará detenernos y pensar las ideas; cambiar, borrar, quitar, mover, reescribir, releer. En definitiva, todo aquello depositado logra encontrar un lugar, un espacio material donde existir y visualizarse mejor.
En suma, la escritura resulta imprescindible para alcanzar espacios de desarrollo personal y social, pues como bien explica Gil (1985) la escritura “permite reconsiderar y repensar lo que el escritor intenta decir, contribuyendo de ese modo a la organización y claridad del pensamiento” (p.75), de modo que comporta una función liberadora que al verse expresada, por ejemplo, permite constituirse como un espacio de confianza, conectar con los estados emocionales, experimentar y crear soluciones, además de actuar como un elemento para aclarar los pensamientos (Kohan, 2013). Asimismo, la escritura facilita la conexión consigo mismo, organizando la rumiación con la posibilidad de tomar distancia y, primordialmente, una participación activa y protagónica de la writing-cure, (De Barbieri, 2008).
Finalmente, más allá de la escritura como un hecho motor, como un hecho cultural, como un estadio de la alfabetización, ésta proporciona a las personas una oportunidad de expresión y curación que vale la pena, una experiencia íntima del ‘darse cuenta’ en silencio y consigo mismo, un espacio para depositar todo registro de emociones que necesita salir y de este modo encontrar(se) en la escritura.
Referencias
Adorna, R. y Covarsí, J. (2015). Poesía Terapéutica. 194 ejercicios para hacer un poema cada día. Descleé de Brouwer.
Adorna, R. (2014). Practicando la escritura Terapéutica. 79 Ejercicios. Descleé de Brouwer.
De Barbieri, A. (2008). La cura por la Palabra Escrita. De la “Talking-cure” a la “Writing-cure”. Centro de Logoterapia y Análisis Existencial, 20, 1-9.
Gil, G. (1985). La Psicología en la Escritura: Una visión general. Estudios de Psicología, 19-20, 75-86.
Kohan, S. A. (2013). La Escritura Terapéutica. Claves para Escribir la Vida y la Creación Literaria. Alba.
Koschwanez, H. E., Kerse, N., Darragh, M., Jarrett, P., Booth, R. J. & Broadbent, E. (2013). Escritura expresiva y cicatrización de heridas en personas mayores. Un ensayo controlado aleatorio. Medicina Psicosomática, 75(6), 581-590. doi: 10.1097/PSY.0b013e31829b7b2e
Payne, M. (2002). Terapia Narrativa. Una introducción para Profesionales. Paidós.
White, M., y Epston, D. (2007). Medios Narrativos para fines Terapéuticos. Paidós.
Consuelo Martínez Astorga (Temuco, 1989). Escritora. Magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Profesora de Lengua Castellana y Comunicación. Agente de Proyecto Kallfü, iniciativa de Literatura y Humanidades (www.kallfu.cl). Publica en 2012 por autogestión el poemario La Sombra del Pájaro y en 2015 publica el poemario Curso de Anatomía, Kallfü Ediciones.
Ha participado de diversas antologías, tales como: Plexo Sur: Poesía y Gráfica de Temuco, Concepción, Valdivia y Valparaíso (2015, Editorial Segismundo, Grupo Casa Azul); Antología Rumano-Chilena (2016, Colectiile Revistei Orizon Literar Contemporan, Edituro Pim); Mujeres al fin del mundo: Voz poética de la mujer en Chile 1980-2016 (2016, Ediciones y Producciones Orlando).
Realiza talleres de Lectura, Escritura Creativa, Escritura Terapéutica, uno de ellos en la Universidad Católica de Temuco desde 2016. Ha ejercido como docente en diversos establecimientos, y actualmente, ejerce a tiempo completo en la Universidad Católica de Temuco.