Afuera llovían coronavirus y proyecciones aciagas sobre el futuro que nos aguardaba con los pantalones rotos. Unos dijeron que acaso sería el fin del mundo; otros, que algún Franky despertando de su sueño de monstruo; los más lenguaraces postularon “murciélago a lo Gourmet ”; y unos pocos, el cumplimiento de la Biblia.
Rápidamente se descartó la última, porque no tiene cabida la profecía bíblica en un mundo donde ser ateo o creer en la soberanía de tu gato o en el poder de la piedra pómez te da un plus de pseudointelectualidad y magnetismo más que envidiables.
Opciones viables en este confinamiento de obediencia civil: Internet, solución al vacío existencial de la vida en casa, en retiro forzado por las circunstancias. Cuarentena obligada por un virus turista, buscando patria con visa indefinida.
La Real Academia del Meme, el Twitter y otras marañas sociales me guiñan el ojo, irresistible invitación a sumergirme en su caldo de banalidad más que explícita. La gente escupiendo insultos en una suerte de ruleta rusa de la ofensa. Libreta de notas virtual para esculpir los odios, resentimientos y pedanterías, que encuentran su desahogo en el primer miserable que se atrevió a opinar.
El noticiario, imparable en su radiografía de la muerte, escupe su estadística negra de pérdidas, bajas y derrotas. La peste es la bruja en este cuento de horrores, repartiendo la desgracia con su varita mortal.
Algunos cantan al Dios flamenco desde las ventanas, otros reproducen filmes italianos en las portadas de edificios en retiro; muchos, descansamos en la Reina-Valera.
De pronto, se oye el aplauso sin fronteras, con dedicatoria a los rescatadores de vidas, pero nadie aplaude a la mujer que heredó su ventilador a la bendita juventud. Mientras la policía detiene a unos cuántos por jugar a “Simón manda burlar toque de queda”.
Teletrabajo: práctica más popular que comer sushi o sudar en el gimnasio.
Ministerio…, creador de memorables fantasías e inenarrables descontextualizaciones. Edison se queda corto con sus más de cien inventos. De tanto decidir sobre asientos reclinables y dietas muy nutridas, surge: LA PLATAFORMA DE LA VIRTUD.
La flexibilidad (nuestra): abismante. La paciencia (nuestra): de Santa Teresa. El criterio (nuestro): amplio como pista de aterrizaje. Sin embargo, una vez domesticada esta lacra afuerina, alguien esperará resultados y más de alguna sanción por incumplimiento se decretará sobre la reputación de alguno.
Se reactivarán los cucos de antaño, (Agencias, Superintendencias, Portafolios, Clases Premium para la cámara, Decreto 60 y algo), y todo seguirá parsimoniosamente su curso. Distinguida Plataforma de los Sueños: Profesores y estudiantes hacemos lo que podemos. Aglomeraciones insanas de correos, guías, mensajes, fotos, páginas, enlaces. “Señorita, no entiendo” y la explicación arribará con una semana de retraso, porque internet está sosteniendo al mundo con sus tentáculos extenuados de Covid y no se va a estar preocupando si en la novena región de un país delgadito, la señal deficiente apalea el aprendizaje. Autoridades de la educación, excúsenme por la mutilación consciente e inevitable de las partes de la clase. Un inicio destartalado, un desarrollo subdesarrollado y un cierre quejumbroso. Más tarde completaré fichas con objetivos ambiciosos y comentaré avances formidables, para enviar a la autoridad local, apremiada por la autoridad nacional.
Con el encierro afloran pensamientos descuidados e insalubres. Los jabono con Dettol en la batea “reliquia” de la abuela.
Me entristece la programación nacional. La telenovela y sus tramas más trilladas que “el voy y vuelvo” o el programa de conversación más insípido que sopa de hospital. Los bloques informativos repitiendo el alcance monumental del virus que mata y empobrece. Las infografías del horror para pintar la economía “en calzones” en el escenario próximo.
Qué trastorno de rituales. Ahora todo se hace en casa: se lucra en casa, se conversa en casa, se sueña en casa, se discute en casa, se golpea en casa, se saca la vuelta en casa, se pelea con el jefe desde casa. Las mujeres emancipadas volvimos a las viejas andanzas domésticas, desde el pan amasado a medio leudar o en piezas compactas para jugar al luche o al tejo, hasta la sanitización completa de la casa, incluyendo la pieza del cachureo.
Me mojo, jabono, embadurno y restriego las manos unas veintitrés veces entre desayuno y cena, sin contar los lavados extra por tocación de alguna irresistible oreja de gato o de una manilla sospechosa.
Un nuevo informe pos mortem me avienta las esperanzas por la ventana. Mapa digital a disposición de la neurastenia. Y los gráficos indicando la risotada de la peste, haciendo eco bajo el llanto de los países unidos por la indefensión y el duelo.
Los científicos de todo el mundo hurgan respuestas en el microscopio y la experimentación. Sin embargo, con el afán se les olvidó mirar hacia arriba. La ayuda siempre ha estado al alcance del ojo. Y los gobernantes, y las caras visibles de algo y los redactores de noticias y los presentadores y los adoradores del face…tampoco miran.
Netflix me planta frente a su gran pancarta de oferta. Entretención a diestra y siniestra, para espantar el fantasma de la enfermedad, empeñado en azotar palacios y mediaguas.
Y ahora no importa ser fea como la mala suerte o linda como sonrisa de primavera, muñeca popular, pedante exitoso o insignificante lagartija del montón. Importa no contagiarse la lepra viral y guardarse en casa como durazno en conserva.
Cuarentena parcial, gradual y total, son las palabras del momento en mi flaca patria a la orillita de América del Sur. Para colmo algunos “Mandamases” sufren de “sordera conveniente”, y vierten órdenes sin escuchar los gritos en los escalones más bajos. Crece la “sordera de gobernante”, estrategia para continuar el espectáculo, pese a la mala crítica. Sin embargo, no los culpo. El virus nos atacó por la espalda, porque nadie podría haber imaginado que arribaría en la primera clase de un avión con su maleta inflada de souvenirs de la muerte.
Camino por el patio. Me detengo frente al jardín de mamá. Hurto algunas peras y manzanas a los árboles que duermen la siesta de las tres. Mis ojos devoran el celeste limpio del cielo y las caricias del sol pos verano. Durante cinco minutos me olvido de la peste y su abrazo ponzoñoso de alacrán.
Dios me extiende su mano repleta de esperanza, y por un segundo celestial somos la réplica en carne, de La Creación de Adán, pintada por Miguel Ángel, pero esta vez con el Dios original, no emulado con los, sin duda, delirantes, pero aún míseros colores de la imaginación.
Claudia Salgado Zúñiga (1974). Vive en Quino, pueblo a 25 k aprox., de Victoria. Estudió Pedagogía en Castellano en la Universidad de la Frontera. Actualmente, trabaja en el liceo Jorge Alessandri Rodríguez, el mismo que la formó en su adolescencia