[Cuentos] Odiseo

A la orilla.

Era mi segunda noche en las orillas del Mapocho, muchas personas adultas me miraban, no tenía respuestas para ellos, pues me miraban como si las buscaran. Había un departamento con risas y muchas luces, los niños como yo parecían contentos. Esa noche quería hacer algo diferente y vi a una anciana andando por la orilla. Era una presa fácil, no quería lastimarla pero no tenía otra opción. Entonces en el momento aparezco con un cuchillo que me conseguí en la basura y le exijo su dinero. Me quedó mirando, miró a su alrededor y se fijó en los niños que celebraban un buen platillo. Me preguntó si acaso había comido, me veía bastante delgado y me cubrió con su chaleco, tomó mi cuchillo, sacó su alcohol gel y me lavó las manos. Sin entender mucho, la detuve y le expliqué quién era. Me dijo que me ubicaba, que en la vecindad me llamaban “el niño virus”, que era responsable de que todos estuvieran encerrados y temerosos. Le pregunté si pensaban eso de mí, por qué ella no me temía. Me apretó los dos cachetes de la cara y me dijo que ella no me veía como un “virus”, sino como un “niño”, me dice que no le interesaba si había hecho mal antes, pues no me quiso condenar y me invitó a ir a su casa. “Quédate en casa” me subrayó, había que hacer cuarentena, porque venía una lluvia fuerte. Arrojó mi cuchillo al río, me abrazó y me dijo que ahora debíamos curar mis heridas.




Fantasma en la sala de espera.

En esta sala veo como la gente pierde la esperanza cada día, como sus huesos se transforman en polvo y sus diálogos se hacen más neuróticos y menos fluidos.

Mi habitación está al lado de la manguera para apagar incendios, espero que no haya otro. La última vez que apareció fuego tuve que arrancar sin mi peluche, ahora duermo sola sin mi peluche. La triste realidad es que aún espero que mis padres vuelvan, me habían dicho que seria solo por un momento, que esperara. Han pasado ya cerca de dos meses y ni siquiera me he sacado mi chaqueta rosada, afuera llueve siempre, seguro cuando me la saque llegaran mis padres.

Espero cada día sentada al lado de mi pieza, tengo vista hacia la televisión, pero cuando esta muy aburrida me dedico a leer unas revistas donde aparecen mujeres muy bonitas, solo muestran su cara bañada en maquillaje y en artificios. A veces los doctores son buenos conmigo y me traen algo de comida, pero la mayor parte del tiempo la debo robar de los ancianos que esperan la atención.

Mi chaqueta rosada, no es tan rosada como se supone que sería, ahora está un poco más negra, por la suciedad, supongo que es el moho corroído, una vez mi mama me dijo que si no tenía cuidado con los rincones, los hongos atraparían mi ropa.

Hacía días no prenden la calefacción y me congelo, mis mejillas se vuelven más rosadas de lo común y las niñas de la sala de espera me miran y se burlan de mi, me ponen sobrenombres feos como “frutillita”, “la niña sola” y me gritan que busque a mi mamá entre sonrisas burlonas. No puedo parar de publicar en mi celular el odio que les tengo. A veces uso los mensajes por las redes sociales para denunciar que estoy sola en este extraño lugar, pero solo tengo un par de me gusta y los comentarios me llenan de memes y maldiciones, echandome la culpa y tildándome de vagabunda e inmadura, que debería estar estudiando en vez de criticar el sistema. Eso me recuerda que mamá me pedía estudiar lo que fuera para tener un título, que con eso valdría en esta sociedad.

Me pongo a llorar en mi cama, abrazada a mi chaqueta rosada, mientras espero que el portazo que escucho sea mi papá con su fuerza y audacia para rescatarme de este sitio. Cuanto extraño que me abrace y me diga que me quiere, que soy su princesa y que no me dejaría tener novio jamás, me acuerdo que le decía que yo tendría un novio aunque él no quiera, y me abrazaba y me llenaba de besos, mis cachetes se volvían aún más rosados de lo común.

Una tarde mientras me había robado un suculento pan con queso y carne, apareció mi rostro en la televisión, y mis dos padres a cada lado. Supuse que hablarían de mi desaparición, cuan emocionada me sentía, por fin la gente creería lo que digo, las niñas de la sala de espera no me molestarían más y alguien del hospital llamaría a mis padres para decirles que me vengan a buscar a este lugar. Pero me acerco más a la televisión y escucho que hablan de mi, pero no mencionan que desaparecí, sino que vivo una lujosa vida con mis padres, muestran como bailo danza, como leo, como bato récords en cálculos. Esa no soy yo, nunca he bailado, no se siquiera sumar ni restar, pero tiene mi mismo aspecto.

Pasan los meses y por fin veo a mi madre y a mi padre entrar al lugar, voy a abrazarlos pero me apartan de forma brusca, me gritan que no me conocen y que me llaman mendiga. La niña que vi en la tele es dejada en la sala de espera y veo a mis padres salir con otra niña parecida a mi. Volverán estoy segura. Tengo 5 años desde que me abandonaron, han pasado 13 años y sigo sin tener novio, sigo sin saber sumar ni restar ni bailar, pero mis cachetes son rosados cuando los vuelvo a ver.





Odiseo (1994). Seudónimo de Ulises Chacón. Estudiante de Ciencia Política en la Universidad Católica de Temuco, escribe columnas para la Revista Trawün realizada por estudiantes de la UCT. Cronista. Participó de la escuela de Arte y Oficios Kim Kellen.