[Cuento] Proyecto COVID – Karen Alarcón

El cielo iluminado de estrellas se confundía con los pequeños focos suspendidos, en un orden que marcaba un camino en el cielo. Más atrás, los destellos fugaces de los satélites se veían como remolinos amarillos y verdes. En complemento, la tranquilidad de la noche era adornada por la gran aureola rojiza de un planeta similar a la tierra. A lo lejos, en el horizonte nocturno, un reflejo dorado rodeaba el paisaje escarpado. Bajo el color tenue de la noche, el cristal del domo reflejaba un camino blanco, junto a un valle de rocas amarillas. Dentro de la gran esfera transparente se veía un hombre que permanecía sentado cerca del centro de aquella gran burbuja de cristal, esperando que el láser de luz azul se encendiera nuevamente. La iluminación hacía que todo el espacio se viera de un tono azulado que se degradaba en un entorno oscuro, fuera de la esfera transparente.

Él ya estaba habituado a la presencia de la luz azul en medio de aquel espacio circular, sin embargo, desconocía cómo había llegado. Él solo sabía que estaba allí hacía tiempo y que no había forma de escapar. Aún así, no se acostumbraba al encierro agobiante, así que muchas veces dormía dos o tres jornadas seguidas. En algunas ocasiones abría los ojos y podía ver a través del vidrio cómo el cielo se dividía entre una oleada de luz y oscuridad. Entonces, imaginaba sus recuerdos entre las figuras que formaban los trazos oscuros, que se difuminaban al llegar la luz anaranjada del sol. Recordaba cuando era niño y aún había pasto verde en la casa junto al lago, pero al ver el color gris del suelo en que se encontraba, la imagen se esfumaba. 

Cada vez que la luz azul se encendía, una pequeña compuerta circular se abría en la parte más alta del techo esférico. Un brazo robótico ingresaba un paquete que dejaba dentro de una caja metálica, este contenía todo lo necesario para sobrevivir. La entrega de cada paquete le traía objetos extraños que no siempre sabía cómo se debían utilizar o consumir. Allí había visto tantas cosas nuevas que, frente a tal tecnología, el conocimiento acerca del uso de una pantalla táctil era rudimentario. 

Cada objeto en la caja metálica cumplía con la función de satisfacer sus necesidades, por ejemplo, con solo oprimir un botón, las paredes simulaban que se encontraba en el lugar que quisiera o imaginara. A esas alturas de su estadía había comprendido que su ropa era, más bien, un traje inteligente conectado a una pantalla que daba informes diarios de su salud. El lugar lo tenía todo, incluso una luz artificial ambientaba hermosos atardeceres, noches tranquilas y amaneceres radiantes. En definitiva, había una conexión total que le otorgaba todo sin salir de su habitación translúcida. Era un espacio que parecía perfecto, sin embargo, lo hacía sentir como un prisionero.

Él era un hombre de contextura delgada y de piel pálida, sus ojos de párpados finos y rugosos dejaban en evidencia sus 60 años. Algunas veces, le gustaba pasear siguiendo la pared cristalina; en otros momentos, miraba el cielo y soñaba con que alguien conocido lo venía a visitar. Pero no sabía nada de nadie y eso lo tenía inquieto. Había tantas interrogantes respecto a qué había pasado, por qué estaba ahí, cómo llegó ¿estaba solo?… no sabía nada. En su mente ideaba el modo de conseguir que el brazo guardián, le otorgara alguna información a través de una de sus proyecciones holográficas o algo así. Pero por más que suplicaba, la máquina no quería o no sabía responderle, nadie respondía nunca, solo le daban lo que los informes indicaban que era mejor para él. Sus ruegos, gritos o llantos no eran posibles en ese lugar.

Un día, entre todo lo que venía en la caja, había dos aparatos idénticos que tenían dos botones cada uno; al oprimir uno se encendió una luz roja. – ¿Qué hará esto?- se preguntó en voz alta, en tanto que seguía oprimiendo la otra tecla.  ¿Qué hará esto? reprodujo el aparato. Al escuchar su voz, una chispa de esperanza brilló en su rostro, ya que el descubrimiento le daba la oportunidad de comunicarse con el o los desconocidos que lo mantenía allí.

-Mi nombre es Bruno Cid o 500 como dice mi caja y aquí inicio el archivo. Llevo varios años aquí, no sé cuántos exactamente, no quiero entrar en detalles de este lugar. Ahora solo voy a contar todo lo que recuerdo-. Antes de continuar hace un silencio, detiene la grabación y piensa un momento para ordenar sus ideas, luego sigue grabando -Si alguien me entiende, sólo pido que me ayuden a completar el espacio que quedó en blanco en mi mente-. Bruno recordaba claramente su vida en el mundo que por milenios albergó a las generaciones humanas. Sin embargo, en algún punto todo se convirtió en algo confuso. Convencido de que así obtendría alguna respuesta, se esforzó en grabar su relato con la mayor claridad posible. Entonces inicia su tercera grabación. –Fecha: enero 2024. Lugar: Chile, en mi casa, en la ciudad de Concepción. Edad: 22 años.

La habitación estaba silenciosa y oscura, aunque ya había transcurrido la mitad de la mañana. En la cama, bajo las frazadas, él permanecía con los ojos cerrados. Con el rostro envuelto entre las sábanas, evidenciaba el profundo sueño en que se mantenía sumergido. De pronto, tanta quietud se interrumpe y una mujer entra en el dormitorio con una columna de ropa doblada que abrazaba contra su pecho. Luego, desde la puerta del ropero, insiste en dar los buenos días en diferentes tonos. Poco después, añade – ten cuidado, el sol está intenso hoy- y sale de la habitación.

Es un nuevo día. Afuera está soleado y corre una suave briza entre los árboles del patio. El joven sale de su cama y abre la cortina teniendo cuidado de no correr la persiana aislante. Como cada mañana, encendió su pantalla. Nuevamente la conectividad estaba débil, ya iban tres veces que quedaban desconectados esa semana. Un antiguo video de un médico se transmitía a esa hora, era un documental audiovisual que recordaba el inicio de la cuarentena que cambió el mundo. Las imágenes se alternaban con la interferencia y el audio se escuchaba entrecortado, solo de vez en cuando la secuencia mostraba fotografías de mutaciones en diversas especies de plantas. Para cuando él regresaba de la ducha, la pantalla se había quedado negra y solo dejaba oír los resultados de una investigación que intentaba descubrir por qué los virus había cobrado tal fuerza en los últimos años. -No se sabe cómo estas formas de vida comenzaron a propagarse con la luz solar- fue lo último que se escuchó antes de dar un destello en toda la pantalla y apagarse. – ¡Se cayó de nuevo la señal!- gritó él hacia el pasillo, mientras ponía atención en su teléfono. 

Bruno había vivido en aquella casa desde niño, y hacía ya 4 años que, a causa de la cuarentena, estaba obligado a vivir aislado de cualquier contacto social, al igual que ocurría en todas partes del mundo. Las leyes fueron más estrictas con todo aquello que pudiera significar un rebrote epidemiológico, luego de descubrir que nuevos coronavirus se formaban. El SAD-COVID 21 fue el más agresivo y difícil de controlar, pues se reproducía con luz solar, éste provocó que mucha gente muriera. A causa de ello, la investigación científica había iniciado una carrera interminable por descubrir una vacuna, pero todas habían resultado un fracaso.

En los últimos años gran parte de la población mundial había desaparecido, especialmente los ancianos y enfermos fueron todos afectados. –Sobre todo recuerdo cuando la familia de la casa del frente despidió desde la ventana a su madre. El gesto en la mirada de los hijos fue estremecedor al ver pasar la carroza cubierta de film- fueron las palabras textuales que grabó Bruno. El cuadro que describía era como sacado de una película de ficción de los ´90, los hombres con el overol blanco y el gas desinfectante que expedía la maquinaria de la escolta complementaban el montaje. 

Su relato continuaba acercándose al punto en que los sucesos empezaban a enredarse.    -Las medidas eran cada vez más extremas, no podíamos salir durante el día, el abastecimiento era a domicilio, las interacciones sociales directas, estaban prohibidas. El procedimiento médico para tratar los contagiados consideraba  aislamiento total. Quien contraía el virus era retirado y podía regresar solo cuando estuviera completamente aliviado, pero casi nadie regresaba-. Según relataba el hombre con un sentimiento de resignación, lo más triste era recibir el llamado que anunciaba el estado crítico del paciente, -era la despedida, porque después, jamás se le volvía a ver- agregó.

Después de todo lo que se había visto en aquella era de pandemias, nada era más impactante que perder a alguien por contraer el contagio. Muchas personas infectadas simplemente desaparecían, incluso se levantaron muchas tesis en torno a que se trataba de algún control en la población mundial o una especie de selección de la raza humana, que se estaba llevando a cabo tras las millones de muertes. –Ahora pienso que podría ser verdad, pero soy el único aquí…-. Bruno cortó la grabación pensando que quizás podía haber sido el único seleccionado entre todos los humanos del mundo, -pero ¿por qué?..- se dijo y sin poder imaginar tal suerte, en medio de la oscuridad, se durmió.

El reflejo azul en la habitación lo despertó, en cuanto advirtió la luz, comenzó a palpar a su alrededor el pequeño grabador, al encontrarlo lo toma y se apura en engancharlo entre el sistema de cables y engranaje metálico del brazo robótico. Gracias a la forma tubular, delgada y pequeña del aparato, el grabador se quedó muy bien prendido en la extremidad mecánica que se retraía a través de la abertura, en lo alto del techo circular. Quiso aprovechar la oportunidad que representaba el grabador, por lo tanto, lo envío como una carta a un destinatario desconocido. Sin no recibía respuesta, ponía sus últimas esperanzas en el grabador restante; inspirado en ello, llevó su mano al bolsillo para asegurarse que aún lo tenía ahí. 

Debía apurarse si pretendía repetir la acción en las siguientes entradas del brazo. Así que tomó una bandeja de comida del casillero de alimentación, bebió algo que debía ser algún suplemento y continuó su historia en una cápsula de voz que guardó en el otro grabador que le quedaba. Esta vez, contaría todo lo que vivió luego del día en que se contagió. 

-No sé con exactitud cuando me contagié, creo que fue la vez que salí a buscar a mi Bob, era tan travieso ese perro. Ese día se escapó y no podía dejarlo que se perdiera en la calle solitaria. Pensé que sería requisado por los controles, no sé… no estaba seguro. El hecho es que salí y lo seguí hasta la esquina. Hacía calor ese día, pero mi salida fue rápida, se supone que el contagio demoraba unos minutos en efectuarse.  Al regresar tuve la precaución de desinfectarme con una ducha, al perro también lo bañé-. Hizo un silencio y continúo.-Al día siguiente comencé con algunos síntomas, no tenía olfato y mis ojos se habían enrojecido. Cerré la puerta de mi habitación, para aislarme sin avisar a las autoridades. Tenía la esperanza de recuperarme pronto, así que bajo el cuidado de mi madre hice reposo- explicó.

Esa mañana tenía los ojos más pesados que nunca, se levantó de la cama y sintió que todo le daba vueltas. La respiración se le agitaba en el pecho inflamado. En un momento se sintió desvanecer, por lo que se afirmó en la cama. Sus sentidos apenas le permitieron advertir la presencia del equipo de emergencia. En su cabeza quedó el recuerdo de una luz blanca intensa que inundó su habitación hasta perder el conocimiento. Luego de eso, no comprendía el sentido lógico de sus recuerdos.

Lo que seguía en la grabación mezclaba imágenes oscuras y lúgubres con sensaciones frías que le corrían por los brazos y las piernas. En momentos le parecía divagar en un infinito espacio. En ocasiones de lucidez, podía sentir una burbuja de plástico en su cabeza y una  sensación de oxígeno que le daba un respiro. Fueron dos o tres veces en que sus párpados entreabiertos le dejaron ver a personajes de blanco o celeste que le tomaban sus brazos, luego de eso sentía la inyección de un líquido frío que era introducido en su vena. Así, volvía a caer en sus sueños y pesadillas donde diferentes experiencias se confundían con la realidad. A menudo sentía que estaba en una eterna caída de frente, que solo era interrumpida por la misma luz intensa que lo vigilaba, a veces lo sostenía o le dejaba caer. Hasta que, en determinado momento se acerca y un profundo destello luminoso lo despierta de golpe, como si hubiera recibido una fuerte descarga eléctrica en el cuerpo. 

Al abrir sus ojos, sin mover la cabeza comienza a inspeccionar su alrededor. Al no reconocer el lugar se sienta en la camilla, se mira el par de parches en sus brazos, toca su pecho y se sorprende al sentir su respiración mucho más aliviada. Todo le pareció tan desconocido, incluso sus manos y sus pies, pues no recordaba que sus venas estuvieran tan inflamadas. Sin reparar más en él, se puso de pie, se acercó al ventanal y miró con el mayor asombro que había experimentado en su vida. 

Varios pisos más, debajo de donde estaba su habitación, todo era una gran extensión de color crudo impecable. Frente al edificio se veían muchas torres de un tono gris plateado. El cielo estaba rojizo, estuvo casi seguro de que no era un atardecer terrestre. Entre las torres cientos de naves de todos los tamaños, parecidas a un drone, circulaban a gran velocidad. De pronto, una de las naves pequeñas se acerca al ventanal y en su sobrevuelo enfoca su rostro desde fuera. Era una cámara de seguridad que lo fotografió. Su imagen se vio en la pantalla de la sala, lo que provocó que al instante entraran dos personajes con mascarillas de látex pegadas a su rostro. Lo toman por el brazo y le administran un poderoso sedante que le hizo cerrar los ojos. Mientras luchaba por no dormirse, intentaba descifrar la edad que tenía, cuántos años habían pasado, por qué su rostro estaba diferente… De nuevo volvió a sentir que dentro de su cabeza todo giraba, y esta vez a mayor velocidad. Hasta que de pronto todo se oscureció. 

Pasó así unos años más, aun así, el tiempo no borró todas sus dudas e interrogantes. –Lo que sigue, es cuando desperté aquí, soñé que flotaba en el mar infinito- dijo Bruno con una voz que delataba su frustración frente a tantas preguntas. La playa parecía tan cálida, la arena suave, la brisa, el sonido de las olas. Al palpar la arena e intentar pasar esos finos granos entre sus dedos, el piso se convirtió en algo duro, como concreto. Entonces despertó nuevamente, ahora estaba en aquella prisión de cristal.

-Tengo más de 50 años, quizás mucho más, y no quiero morir sin conocer la verdad- fue lo último que grabó. Ese día el brazo que lo atendía no bajó del techo, otras veces se había tardado más incluso, así que no tenía porqué impacientarse. A la hora que fuera estaría atento para incrustar la grabadora en alguna parte de su estructura. 

Pasaron varias jornadas y no aparecía su anhelada visita. La espera lo tenía ansioso, así que apenas se abrió la ventanilla en lo alto de su domo, no podía esperar para entregar su mensaje. El brazo tecnológico dejó un paquete dentro de la caja y cuando se disponía a salir se detuvo frente a su rostro, parecía un ser con inteligencia propia que indagaba en sus gestos, buscando alguna razón para no ayudarlo. Luego de examinarlo con su único lente visor, extiende algo semejante a una mano hacia él. Él, sin titubear, sorprendido e ilusionado le entregó la grabadora. Con los ojos puestos en ella, la siguió hasta desaparecer tras la ventanilla que se cerraba en el cielo del lugar.

Al día siguiente, al despertar, nota que la proyección de costumbre no estaba, no había amanecer, ni simulación de luz solar. En su reemplazo estaba el rostro de su madre en una grabación de videollamada que se proyectaba en la superficie de vidrio, era un archivo antiguo, a él le pareció que lo había soñado. La mujer se despedía de él. Él, boca abajo, tenía un tubo en la boca y otros en la espalda. La mujer le hablaba a su cuerpo inmóvil a través de la pantalla. Al escuchar a su madre en la proyección, una lágrima rodó por su mejilla. 

El video terminó y aún no comprendía si lo habían dado por muerto. Pronto, la fotografía de una urna cerrada con su retrato sobre la caja, le dio la respuesta. Los indicadores de su pantalla de salud daban alertas mientras él reclamaba dando gritos hacia la ventanilla en la parte alta de su prisión. 

A los pocos días la alimentación se había ajustado de tal modo que estaban regulados sus niveles de ansiedad y angustia. Bruno había recuperado la calma habitual de los últimos años. Las luces de los satélites tiritaban de un modo que le hacía recordar tantas imágenes perdidas en su mente. Entre todas las dudas, nuevamente salía a flote aquella esperanza, como si una fuerza lo empujara a seguir buscando las respuestas. Con la misma fuerza se propuso en su interior, encontrar la salida y descubrir qué estaba detrás de todo aquel horrible plan. 

Aquel episodio respondió solo a una pregunta, -aún queda mucho por resolver- se repetía recostado en su cama viendo el espectáculo esplendoroso de luces artificiales y estrellas. –Solo quiero saber qué pasó, acaso fuimos nosotros quienes creamos este destino, quizás fue el daño que le hicimos a la tierra, quizás no valoramos lo que teníamos, fuimos descuidados…quiero saber ¿qué pasó?- le decía al techo imaginando que alguien lo escuchaba a través de una cámara secreta. Luego, en silencio continuó divagando en su mente, pensando en cómo fue el proceso. La contaminación, el daño en la capa de ozono, tantos viajes espaciales, las mutaciones…todo era un sinfín de imágenes desordenadas, como piezas de un rompecabezas complicado. 

Bruno imaginó tantas posibilidades. Sin embargo, no tenía cómo saber que a pocos kilómetros de allí,  un centro de control lo observaba a cada segundo. El centro era una sala cuyas paredes eran grandes pantallas divididas en miles de imágenes. Y cada imagen era un ser humano preguntándose lo mismo que Bruno, imaginando que también estaba solo. En cada imagen había una persona que sin saber dónde estaba, ni porqué estaba allí miraban incansablemente las estrellas pensando en su destino y buscando culpables. Bajo la pantalla un archivo de datos se titulaba, Proyecto COVID y en uno de los documentos decía Bruno Cid, paciente número 500, tercera etapa, experimentación: fase 1. 





Karen Alarcón. Estudiante de pedagogía en Lengua Castellana y Comunicación en la Universidad Católica de Temuco.

Este cuento fue escrito en el Taller Literario de Distopía «El futuro ya llegó…» dirigido por Alejandra Contreras, académica de la Universidad Católica de Temuco, profesora de literatura en la carrera de Ped. en Lengua Castellana y Comunicación.