[Ensayo] Un instante para el desastre (Variaciones de un sismo) – Cristian Cisternas Cruz

Quizá sean las pujas de la tierra y sus ecos vandálicos en el mar, los que de manera más cierta arrastren a los penquistas hacia la pregunta por la muerte. Ser penquista es levantar escombros, refugiarse en manada allá en las cumbres. Cara a esta muerte no existe un dorado diablo al cual jugar ajedrez como excusa. No hay tiempo para tableros ni cuenteos diletantes, luego del ruido alarmado desde el origen, tras el azufre que advirtió las mañanas. Lo cierto es la incertidumbre venidera, que en la nada se viste de ímpetu, prosiguiendo la acción, procurando vencer el obstáculo que ahora se encuentra. Somos hijos del desastre y de la fuerza que reubica. Volvemos sometidos al útero para renacer.

Ya luego del cataclismo telúrico de 1835, signado fatídicamente como “La Ruina”, el intendente Ramón Boza, desconociendo el pasado evolutivo penquisto, ser de aptitud en la sobrevivencia calamitosa, firmó nuestro final: “todo ha concluido”1.

Nuestros sismos son del tamaño del tiempo, no existe generación que los rehúya y confirman lo evasivo en su captura como imagen bajo firma comunitaria. El terremoto obliga a la comunidad. Se abre la tierra, se acerca el otro. Vivida tal experiencia, la ruina se recoge a la memoria, en donde abandona su desastre para preservarse como sueño. La ruina se ubica para vaciar lo que la otorga y resguardarse perfecta, como ya hecha; o imperfecta, como aun viviendo en lo pretérito. Sobresalida la corteza, la hermandad sísmica olvida la pasión por hundir a quien destaca y traicionar nuestro “organismo envidioso”2. El sismo remueve al ser arrojado al mundo, su espíritu se cubre del manto amigo. Surge, durante estas vísceras primales, la poesía de los días y el creacionismo vital. Nos preguntamos la noche, el pan, nos cuestionamos el agua.

El cronista Quintín Quintas3 cree que nuestra sísmica nos asemeja a los romanos por dos senderos; el uno, que recuerda a Jano, el bifronte, cuyas paralelas caras obligaban a mirar un pasado y un futuro de modo total, desconociendo el cierto presente por ausencia; el otro, que evoca el calendario y vincula a la divinidad con el undécimo mes de enero y que los penquistas medianos del siglo XX asociaron por años al cataclismo de 1939.

Nuestra experiencia remota en cuestiones terrenales no ha obligado a repetir de modo idéntico el vivir de las reuniones sísmicas. El General trasandino Tomás de Iriarte refiere a la narración contada por el doctor Ocampo acerca del evento de 18354. Luego de éste, los citadinos planean la inmediata huida a “las sierras”, pero la ciudad completa es dueña de una polvareda abrigante que ciega cualquier fuga. Los penquistas, seres de la bruma, diferencian la niebla invernal y la camanchaca marina sin pesar alguno. La nube polvorosa, asfixiante, debió ser desconcierto calino para expertos en humedades. La imposibilidad del refugio en nuestra cordillera de algas debió paralizar para, luego, obligar a la reunión fantasma.

La ciudad en 1751 fue testimonio del dilema que convirtió a pencones en los nuevos habitantes de La Vega de las Flores. Este traslado borró nuestros libros y nos recubrió de otra aura mítica, ya iniciada en las octavas reales de Ercilla, en las cuales se espejea al mundo la bestialidad guerrera, reflejo de la tierra en movimiento:

Pues en este distrito demarcado,
por donde su grandeza es manifiesta,
está a treinta y seis grados el Estado
que tanta sangre extraña y propia cuesta:
éste es el fiero pueblo no domado
que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
y aquel que por valor y pura guerra
hace en torno temblar toda la tierra5

Darwin en 1835, vista la debacle de nuestras arquitecturas, se asombra del alma nativa y refiere en su visita que “todos los habitantes parecían más activos y más felices de lo que hubiera podido esperarse después de tan terrible catástrofe. Se ha hecho observar, con cierto grado de verdad, que siendo general la destrucción, nadie se sentía más humillado que su vecino”6

Para el joven Juan Ignacio Molina, poeta de la “Elegía a la ruina de Concepción”, pasados tres años de la tragedia de 1751, todavía es posible la angustia que no define el cambio hacia el Valle de la Mocha, territorio indeciso, debido a la continua guerra con los araucanos:

En el tercer verano estamos, mientras aún la decisión, discorde,
Ya vuélvese a una parte, ya a otra, sin poner por obra nada.
La antigua [situación] quiere un momento; luego la Mocha más grata se presenta;
Y mientras dónde vivir se busca, todo perece.7

El trauma de la doble destrucción y el traslado discutido es la más dura afectación vivida. Tras la hecatombe pencona, el jesuita magnánimo escribía:

Digna, por cierto, es de llanto esa ruina inolvidable,
Digna de que en eternos duelos ella sola resuene.
Porque Chile quedó entonces sin su válido baluarte,
Donde siempre, quebrantada, pereció la furia inglesa.
Perdió la Perla, honor de todo el Reino.8

El futuro sabio y abate evoca al extravío de la Perla del Reino, territorio del amor, como fue apodada por Lope de Vega, quien desde la lejanía europea nos fabula como endiosados y tejidos de mito:

Yo me era niña pequeña,
y enviáronme un domingo
a mariscar por la playa
del río de Bío-Bío,
cestillo al brazo
de plata y oro tejido;
hallárame yo una concha,
abríla con mi cuchillo;
dentro estaba el niño Amor,
entre unas perlas metido;
asióme el dedo y mordióme;
como era niña, di gritos.9

La Santísima de la Concepción es tierra bélica y gallarda, pero también es asiento de perlas labradas por aguas araucanas que celebran el amor púber. Para Lope, el mar que pronto inunda el final del Bío-Bío, trayendo perlas marinas a las dulces aguas de nieve, zarandea como en infantil ronda de amor los deseos, juega con la marina de la niña, murmullando una lengua que tartamudea el nuevo territorio que disputa:

Piraguamonte, piragua,
piragua, jevizarizagua.10

¿Es esta jerigonza otra forma de ruptura? Ciertamente que esta pregunta puede indagarse en fuentes históricas, como la más evidente, que justifica la ausencia de intérprete dador para el aventurado Lope comediante, ignaro en lengua araucana.11

La bruma que escribe nuestra tierra tiene en el mundo mapuche versiones amplias sobre la fenomenología de los terremotos. Con meridiana claridad puede decirse que existe la palabra “Nuyún”, traducible como movimiento de la tierra, sin mayores diferencias de intensidades u orígenes. Las quimeras mapuche conectan a los terremotos con los volcanes, cuyo saber no entendemos los actuales de La Mocha. Sin embargo, en el relato de Darwin sobre “La Ruina” sus fuentes acusan directa relación con la montaña andina. Dice el naturalista:

Las clases inferiores, en Talcahuano, estaban persuadidas de que el terremoto provenía de que las ancianas indias que habían sufrido algún ultraje dos años antes, habían cerrado el volcán Antuco. Esta explicación, por ridícula que pueda ser, no deja de ser curiosa; prueba, en efecto, que la experiencia enseña a esos ignorantes que existe una relación entre la cesación de los fenómenos volcánicos y el terremoto. En el punto en que cesa su percepción de la causa y el efecto, invocan el socorro de la magia para explicar el cierre de la válvula volcánica. Esa creencia es tanto más extraña en el caso actual cuanto que, según el capitán Fitz-Roy, hay lugar a creer que el volcán no había dejado de estar en actividad.12

La obra Temblor de la Tierra de Alejandro Cañas Pinochet13 refiere a la perspectiva arrojada por el mapuche Juan Elías Carrera Necul, quien en verso describe un temblor tal que así:

Estremécese la tierra,
Tiembla el cielo, ya lo vemos,
Huyamos para salvarnos.
¿Qué es esto, Dios de los cielos?
La tierra en que caminamos
No es firme, se bambolea;
Me parece esto vision…
¿Cómo es que la tierra olea?
¿Se ha derrumbado la tierra?
¿Qué es lo que veo un sueño?
¿I Millalonco qué dice
De tan terrible suceso?
Millalonco que ha llegado,
Que todos lo recordaban,
Mas dice que es Millalonco
I que ademas nos llamaba.

Nuestra Mistral, rectora del pueblo “heroico-trágico” chileno, nos indica como seres sin fatalismo, desmemoriado de las furias plutónicas que los volcanes hierven en nuestras gélidas aguas de mar. Sucedido el evento de 1939, Mistral, desde un pueblo español, elogiaba nuestro músculo; bien de maestro, obrero o niña:

No hay brazo ocioso a estas horas en Chile; ninguna buena voluntad se rehúsa al largo sacrificio y este salvataje terrestre no tiene nombre de clase ni de partido ¡a Dios gracias! No irán camisas de ningún color llevando la salvación porque salvar lo quieren todos y la piedad se rebaja con swasticas y con martillos. Estamos juntos como en los tiempos de la vieja chilenidad, que todo hizo así, en manojo de almas, en hatillos de leños.14

Para nuestras letras zonales, la tierra loca fue definitiva en sus finales y sus germinaciones. Ocurrida la ruina de 1835, el primer círculo de escritores republicanos verá reducido a escombros los ánimos que dieron vida al Instituto literario y al primer periódico de Concepción El Faro del Bío-Bío. Fueron sus profesores y redactores, Juan José Arteaga y el intelectual venezolano Simón Rodríguez, padre de la educación moderna americana, quienes anunciaron al mundo de nuestra calamidad y de nuestra alma tranquila. El notable Lara Marchant escribía cincuenta años pasados la hecatombe, algunos matices acerca de la sociabilidad en los años del Concepción de El Faro:

Batía al fin la noche sus negras alas, y bajo su estrellado manto ocultaba (a) aquella sociedad en pañales, que ni aún presagiaba los altos destinos que le aguardaba el porvenir, en la cuna de la nueva generación, que vendría más tarde a levantar tan alto el nombre de Concepción, a impulso del aguijón de la industria y del comercio.

Quien también dedicó versos al cataclismo fue el poeta de la nación Eusebio Lillo que, en fábula amorosa, recuerda así la tragedia de nuestros días más oscuros:

Aquí y allá sembradas al acaso
De aspecto por demás triste y mezquino,
Entre las ruinas que os estorba el paso
Tristes casas halláis en el camino;
y ese pueblo infeliz de aspecto escaso
Que soñaba en un tiempo otro destino,
Ese pueblo tan bravo y tan inquieto
Hoy es solo tristísimo esqueleto.15

Si “La Ruina” del treinta y cinco decimonónico acababa con la civilidad literaria naciente de nuestra comuna republicana, el evento telúrico de 1960 tendrá la posibilidad de ser releído desde la ilusión industrial y minera de la poetisa Dolores Pincheira, quien para Jaime Giordano comunica un “mensaje (que) es siempre de reavivamiento y esperanza”16. Canta Pincheira en “Transfiguración”17:

Te acechan cataclismos
tempestades que arrancan de raíz
tus viejos tilos
terremotos que arrasan
entre el sol y la niebla,
pero tu sobrevives
a todas las tristezas,
novia del volantín y los trigales
de la ola y la espuma,
del carbón y el acero.

Será el sismo de 1960, también, el momento que erigirá el episodio más notable de nuestra historia narrativa. En los años previos a los sesentas rebeldes, Gonzalo Rojas, Alfredo Lefebvre, Juan Loveluck y Gastón von Dem Busche preparan a los penquistas para el mundo literario, escribiendo columnas en los diarios La Patria y El Sur. En el año 1958, estos “Tres mosqueteros de la cultura penquista” (que son cuatro) crean los Encuentros de escritores e inician las Escuelas de verano nacionales de la Universidad de Concepción. El año 1959, el periodista Víctor Solar Manzano de El Sur, se une a los mosqueteros para crear el Concurso nacional de cuento del diario. Ocurrido el terremoto de 1960, la ciudad y el país se vuelcan a la escritura cuentística y la cantidad de relatos participantes en este certamen aumenta exponencialmente. Lefebvre, en uno de sus Artículos de malas costumbres18 de 1961 dirá que “cuando los primeros días, después de los cataclismos que azotaron a Chile y colmaron de dolor la patria, todo el que creía tener algo que decir lo volcó en los periódicos. Esto permitió leer cosas más atroces que las mismas desgracias sucedidas”. De esta manera, y luego de la catástrofe, como si de una cura colectiva se tratase, será la literatura la que atentamente recoja la manera social ansiosa de relatar el mundo. La literatura se transforma en la salud de un pueblo. Sin embargo, hay consecuencias; el terremoto acaba con las dos experiencias previas de los Encuentros de escritores. Dice Gonzalo Rojas. “La tercera experiencia quedó por desgracia inédita. El terremoto de mayo del 60 postergó indefinidamente, pero ni por un momento se ha destruido la unidad sagrada de esos días”19. Este ánimo fervoroso, reafirma lo que Darwin denotaba un siglo antes acerca de nuestro carácter resiliente. Rojas, el año 1963, compara la ruptura de esta cadena de encuentros culturales con nuestra tectónica: “El remezón del verano pasado sólo tiene parentesco en lo físico con los sismos que cada cierto tiempo ajustan o desajustan la geografía de Chile”.20

El gesto innovador de Rojas se inspira, a su vez, en las figuras iniciales de la promoción intelectual republicana en Concepción como Simón Rodríguez21. De este modo, Rojas elogia a los pensadores y escritores de impronta regional, devolviendo a la ciudad una producción mundial, como las Escuelas de verano, y motivado por un pensamiento generado por la ciudad misma, hace un siglo atrás.

El Concurso de Cuento de diario El Sur permitió la alianza entre los mencionados escritores e intelectuales de la Universidad de Concepción, con el grupo de periodistas de El Sur, cuya figura más influyente es el productor cultural Víctor Solar Manzano.

Nuestra literatura y nuestra tierra, tan cercanas.
Escribir para rechazar, leer para recibir.
“Ni leer, ni escribir, ni hablar, no es el mutismo, es quizás el murmullo inaudito: retumbo y silencio”.22




Notas

1 Encina, F. (1954). Resumen de la Historia de Chile. Tomo II. Redacción, iconografía y apéndices de Leopoldo Castedo. Santiago de Chile: Zig-Zag. P.870
2 Subercaseaux, B. (2011) Chile o una loca geografía. Santiago de Chile: Editorial universitaria. P. 218.
3 Pacheco, A. (1989). La otra mirada de Quintín Quintas. Concepción: Ediciones de diario El Sur. P.14
4 General Tomás de Iriarte. (1965). Panoramas chilenos del siglo XIX. Recopilación, prólogo y notas de Gabriel Balbontín Fuenzalida. Santiago de Chile: Ediciones Arcos.
5 Ercilla y Zúñiga, A. (2006). La Araucana. México: Editorial Porrúa, p.17.
6 Darwin, Ch. (1945). Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Buenos Aires: Librería El Ateneo. P. 365.
7 El texto aquí presentado es una traducción desde el latín realizada por Julio Jiménez en: Un estudiante humanista de nuestro siglo XVIII: revelador inédito del futuro Abate Molina. Teología y vida. Vol. 14, no. 3 (1973), p. 204. Disponible en https://repositorio.uc.cl/handle/11534/15057
8 Íbid.
9 “Piraguamonte, piragua” de Lope de Vega.
10 Íbid.
11 Elena Martínez Chacón afirma que “Lope no sabía la lengua mapuche, pero sabía inventar.”
Martínez Chacón, E. (2016). Arauco Domado, Lope de Vega y Ercilla. Motivación de venganza y
panegírico
. Revista Chilena de Literatura, (16-17), p. 239.
12 Darwin, Ch. (1945). Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Buenos Aires: Librería El Ateneo P. 366
13 Citado por Rodolfo Lenz en Foerster, R. (2010). Terremotos y mediaciones míticas entre mapuches y winkas. Anales de la Universidad de Chile, P. 58.
14 Mistral, G. (1939). “Gabriela Mistral escribe sobre el terremoto de Chile”. El Mundo, San Juan, Puerto Rico,
12 de febrero de 1939.
15 Lillo, E. (1923). Poesías. Santiago de Chile: Editorial Nascimento. P. 127.
16 Giordano, J. (2001). Sueños del Sur: la poesía en Concepción y el Bío-Bío. Disponible en:
https://sites.google.com/site/lordjim3337/suenos-del-sur-la-poesia-en-concepcion-y-el-bio-bio-estudio
17 Pincheira, D. (1973). Canto a Concepción. Concepción: Universidad de Concepción
18 Lefebvre, A. (1961). Artículos de malas costumbres. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
19 Rojas, G. (1963). “Chile y América en los encuentros de escritores”. En Diez Conferencias. Concepción: Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Concepción. P.337.
20 Íbid. P. 339.
21 “Gonzalo Rojas “no esconde que encuentra la inspiración de semejante labor en Andrés Bello, Simón Rodríguez, y otras figuras del XIX chileno, quienes favorecieron la educación y la cultura que desembocarían en el cambio social cifrado en la Independencia de Chile”. Bradú, F. (2016). El volcán y el sosiego. Una biografía de Gonzalo Rojas. Chile: Fondo de cultura económica. P. 127.
22 Blanchot, M. (2015). La escritura del desastre. Madrid: Trotta. P.89.






Cristian Cisternas Cruz. Profesor de español, Magister en literaturas hispánicas y Doctor en literatura latinoamericana. Docente universitario e investigador de la obra de Alejandro Jodorowsky y Jorge Luis Borges. En los últimos años, ha publicado, junto al Colectivo de Investigación Cultural El fantasma, las antologías críticas Pretextos de cuentos penquistas d(E)l Sur (2018) y )A(nónimos. Márgenes de la escritura (2020), selección de relatos, ilustraciones, ensayos y estudios acerca del Concurso de Cuento de diario El Sur de la década del sesenta del siglo veinte.