[Narrativa] Quiromancia (Manifiesto) Por Juan Matanza

Para Bolaño, Parra y quizá Wittgenstein

La mano se sabe mano y no ambiciona ser cambiada. Ella tiene claro que su lateralidad la hace ser favorita; en este caso, es la preferencia primera, y en otros casos, por ejemplo, en los que tuvieran que ver con algo deteriorativo o degenerativo, su participación tendría lugar en última instancia.

Aparentemente está limpia, a pesar de lo que otros pudieran decir.

La mano solamente reacciona a los estímulos creados en su superficie, No pone restricción a lo que fuera que vaya a tocarle; se somete a la voluntad de otra mano o de lo que sea, por iniciativa propia.

Manifiesta que estos recorridos por su contorno la van creando hasta ser lo que es: el inicio desde la muñeca, en donde los carpianos erigen un montículo que es seguido en la cubierta del dorso por otros huesos, trazando relieves culminados en los nudillos, exceptuando uno el pulgar, quien, a pesar de su soledad, siente dicha de que esta le sea retribuida con la libertad traducida al movimiento contrario convocado a capricho. En comparación a sus hermanos, limitados al simple retraer, que los lleva como flechas a la diana, en este caso, la palma.

La palma es sencilla, brilla por la simpleza de su humildad, por su falta de trabajo y fortuna. Tampoco existe en ella la línea del sol; el resto de las líneas predicen una vida convencional, con altibajos cotidianos o propios de un mortal.

A pesar de arrimarse a la nimiedad de su existencia, tiene plena conciencia de su facultad para crear y destruir, de acabar con otra vida incluso (si es que se permite dicha hipérbole).

Sus movimientos arácnidos en el aire simulan una tonada de piano que arranca desde la inercia y que de a poco se transforma en un tacto imaginario, modelando la silueta de un cuerpo deseado, codiciado por cada pulsación venida a su interior.

Hace signos y provoca maldiciones en el camino, un simple equívoco significaría deshacer por completo la rigurosa estructura y reiniciarla con un esfuerzo descomunal de su parte.

Teniendo en cuenta que este pasatiempo la desgasta, persevera, arriesgando el todo por el todo, o la nada por la nada, a falta de cosas concretas que tocar. Apretar, estrujar, soltar, volver a apretar sin sentido aparente. Luego estirar para evaluarse a sí misma, sin interés por curar esa dolencia o esa puntada que atosiga y entorpece su normal funcionamiento.

Está cansada, pero flota en la incertidumbre, al tiempo que se despoja del calor propuesto por el ambiente.

Giro, palma, medio giro, dorso, un cuarto de giro y la forma lineal íntegra. El promedio de los dedos comparados en extremidad.

La incertidumbre de nuevo, formando la irrealidad provocada por sus limitaciones: la ceguera, la sordera, la inexistencia del gusto y el olfato; sellada y maldecida por cierto espacio, posiblemente por ser un lugar.

Las coyunturas, fantasmas en el momento del puño, cuando la mano quiere ser arma: puño, bofetada, arañazo, pellizco, empujón… la mano cuando no es mano.

Es cierto, también es muda, es innegable su silencio: “habla con la mano”. Pregunta, pero no respuesta. Gesto, pero no ataque. Por eso, para tantear terreno cae en un delirio exasperado, que la transforma en algo irreconocible, una simpleza onírica con acabados de transparencia, solamente por el movimiento repetitivo y doloroso. Probablemente con atisbos masoquistas, exacerbar el pueril tacto su punto más álgido.

La lógica de la mano sin mente, porque sigue siendo un lugar gobernado por otro, y por ese otro por el cual no existiría si este soberano así lo dispusiera. La extensión es mano; la que no puede quejarse a pesar de ser utilizada y castigada como puente sensitivo.

En comparación, es preferida, y hasta más bella, con que bastara eso se podrían resumir los días de la mano. Los tiempos: herida, llena, incompleta, vacía, gastada, desdoblada, posada, dejada, abandonada, etérea y efímera.

Dentro de su moral destaca la falta absoluta de iniciativa propia; solo reacción al estímulo previo y herir de forma autoinflingida se pacta en un deber implícito. Cubrir los ruidos y disonancias; reparar lo que parece mediado por el desgaste; arrancar de raíz las imperfecciones externas, excluyendo las propias. Algunas de estas adquiridas, suvenires de pretéritos irrepetibles.

La mano escribe enérgicamente para justificarse a sí misma, sin importar lo que aquello signifique.






Juan Matanza. Nacido en la ciudad de Temuco, criado en el sector de Santa Rosa, a orillas del río Cautín. Lector del Conde de Lautréamont y Diamela Eltit.